Tengo miedo de que se apague cuando no esté mirando.
Ya ni te reconozco.
Has abandonado la cosa que más amabas.
Y eso me ha dolido más que cuando me abandonaste a mí.
No se si alguna vez me quisiste, pero él era el amor de tu vida, y a sus treinta y cinco le abandonaste.
Ahora nos quedamos los dos juntos, llorando por ti. Y vierto mis lágrimas en su madera, recuesto mi cabeza sobre él y le prometo que nunca le dejaré solo. El me mece, y con mi cabeza en su pecho, sintiendo su corazón, me invita a conciliar el sueño.
Su luz también se apaga, y no te voy a permitir que le hagas más daño
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