martes, 3 de septiembre de 2013

Cuando le perteneces a ella.

No todos los sentimientos son grandes como planetas, que todo lo abarcan, y todo lo empequeñecen. Es más fácil agarrarse a las pequeñas perlas que encuentras en el fondo. Prefiero encontrarme una moneda en el río que escribir sobre la magnificencia del amor. La magnificencia del amor no es la tabla que me sacará a flote. Pero un montón de tesoros encontrados crean una red de seguridad.
Cuando encuentras tu moneda, puedes sacártela del bolsillo cuando quieras. A veces brillará más, y otra menos. El otro día brilló, y me morí de amor. De amor por la vida, de gozo puro. Miras a tu alrededor y todo es fuego. Sabes cuando pasa que conservarás ese recuerdo para siempre, y aunque es difícil de explicar, e imposible de compartir, yo lo sé.

Yo estaba allí, por casualidad, en una Festa da Istoria de casualidad. Y quería llorar. Quería que todo el mundo supiera cómo se puede explotar de amor por algo, tanto amor como extranjería sentía cuando llegaba a esa ciudad ajena a mí los domingos por la noche. Cómo lloraba en el autobús cuando me alejaba de aquello a lo que pertenezco y cómo sonreía cuando volvía a ver mis paisajes, cargados de significado en ese momento.
Quería guardar ese amor, ese amor que sentía, que no es fingido ni es forzado, que es tan auténtico que pensé que jamás sentiría; quería guardarlo como mi moneda encontrada. Mi pequeña fuente de felicidad que siempre estaría ahí. Estos meses he sacado esa moneda del bolsillo. Yendo a saltar al monte como una cabra, como siempre he hecho, bañándome en todas las aguas que encontré, tumbándome en la hierba a mirar las Perseidas, despidiéndome. Pero nunca brilló tanto esa moneda como el día en que sonó esto y no le dije a nadie que mi cara estaba húmeda.

martes, 9 de julio de 2013

Poderoso caballero

El dinero siempre va a caer donde le place.
Cuando pierdes la salud, pierdes la salud.
Cuando pierdes el amor, pierdes el amor.
Pero cuando pierdes el dinero pierdes también la dignidad.

No estoy hablando de la escasez de recursos, ni del hambre. Estoy hablando del dinero, y del dinero en el primer mundo. No sé como se sienten los niños que trabajan 8 horas para ganar un dólar, y creo que no puedo saber cómo se sienten. No me siento ni creo que me sienta jamás con autoridad moral suficiente como para hacer un juicio de valor al respecto.
Pero sé como me siento yo.
Cuando no tienes dinero para irte de vacaciones,bueno.
Cuando no tienes dinero para irte de fin de semana con tus amigos, bueno.
Cuando no tienes dinero para comprar ropa, bueno.
Cuando no puedes tomarte una cerveza.
Ni ir a una piscina en verano.
Ni ahorrar un mínimo de dinero para irte del país y tener una oportunidad.

Los "bueno" no te los digo yo, los dice la gente que te rodea. No importa que andes un poco pelado, porque es normal, "tal y como están las cosas". Pero llega un punto en que te planteas la gran pregunta. ¿Miento?
Puedes mentir, y decir que no puedes salir a tomar la cerveza, que tienes que acompañar a tu madre/padre/hermano a ponerse las mechas/ir al carrefour/ natación. Que te encuentras mal. Que estás enganchado a una serie. Que estás absorto en un libro. Que hace demasiado calor/frío/lluvia para salir.
Yo no elegí esa, porque pensé que mi madre no se podría poner las mechas cada semana, y que además tampoco va ya a la peluquería.
Decidí decir llanamente; no tengo dinero. La verdad, decirlo duele, y aún no consigo decirlo siempre, aún pongo alguna excusa de vez en cuando, para sentirme un poco menos mal.
Pero cuando empiezas, hay un daño colateral. La gente te empieza a mirar con algo de pena. Pone una mueca y sabes que tus mejores amigos sienten lástima. Tus amigos a los que sus padres mantienen amorosamente bajo su ala y les respaldarían si algún día se les rompiera un diente en un tropiezo y tuvieran que pagar un dentista.
La gente te trata de vago porque piensa que no te quisiste sacar el carnet, cuando no pudiste pagarlo, y cuando les dices que no puedes no conciben que DE VERDAD, NO, DÉJALO, NO PUEDO, porque según ellos es un gasto que compensa. Sí, pero sigue siendo un gasto que no puedes hacer.

Poco a poco, empiezas a culparte. Parece que eres una miserable que se merece lo que tiene (poco). Empiezas a pensar que da igual lo que cobres, que da igual las horas que tengas que trabajar, tú tienes que pagarte esa cerveza de viernes porque si no te mirarán fatal, y la presión empeora. Al principio pensaba que no se me iban a caer los anillos, y de hecho no es cuestión de humillación, sino de dignidad. Esos trabajos que hay por ahí te hacen a menudo perder la misma dignidad que pierdes diciendo "no, no puedo salir a tomar algo". Yo tuve un trabajo que me hacía llorar todas las noches en mi cama, y que cada paso que daba cada mañana hacia el lugar de trabajo mi cerebro me gritaba, me imperaba, que diera dos atrás. No estaba mal pagado, pero no pude soportarlo. Y me sentí culpable. Como si fuese culpa mía el no haber aguantado lo suficiente. Creo que esa experiencia me dejó un poco trastornada hasta el punto de tener bastante miedo a encontrar un trabajo, e incluso a echar un curriculum. Por suerte o por desgracia, ahora mismo hay tan pocas probabilidades de encontrar trabajo que no creo tener que preocuparme mucho por ello.

Yo encuentro mi dignidad débil y mermada. Hace un par de años yo era muy coqueta, muy orgullosa, y muy feliz. Ahora no soy ninguna de las tres. Mi cuerpo se deteriora porque las preocupaciones me han consumido tanto este año que han dejado bolsas en mis ojos y flacidez en mi cuerpo que ya cada vez tenía menos ganas de salir a la calle a airearse. El orgullo lo intento mantener, pero es difícil porque me siento culpable todo el tiempo, como si todo lo que pasa fuera solo responsabilidad mía, como si ahora tuviera que tirarme al suelo como un perro a por cualquier hueso, sin importar que me alimente o no.

Me siento destruida por dentro y por fuera, me cuesta mirarme al espejo y solo espero de los demás cariño y comprensión. Un abrazo pero sin lástima. Y sorprendentemente  hubo gente que me abandonó en esos momentos porque yo estaba demasiado triste, y se despidió exigiendo mi orgullo como tributo. Y lo hice, porque si no, qué más me quedaba. Y no creo que sea solo mi caso, porque yo no pensaba que esto tuviera tantas consecuencias.

Yo pensaba que el dinero era el dinero. Pensaba que era la más importante de las tres. Y este año al menos he aprendido que lo que decía Quevedo sobre el dinero no era relativo solo a la codicia como yo pensaba, sino que es como el viento. Está en todo y en ningún sitio.









sábado, 19 de enero de 2013

Aquí estoy. Subiendo una cuesta que no termina.
Hay tanta gente débil en el mundo. Muchos en este punto estarían mucho más abajo, agonizando.
Yo estoy aquí e intento subir.
Confiada como siempre en que el que más sube más se le endurecen las piernas.
Pero a veces me gustaría ser como esa gente débil, que se tira en el camino y pide ayuda.
No estoy pidiendo ayuda.
Tengo que pararme a descansar, a veces mucho rato. Miro abajo y veo como a muchos les recogen y les llevan a urgencias, pero yo ni siquiera tengo derecho a seguridad social.
Seguramente grito silenciosa, pero como sonrío nadie se da cuenta.
Les tengo envidia.
Sí estoy pidiendo ayuda.

martes, 15 de enero de 2013

La vez que no vine para contarlo

El horror del coronel Kurtz era muy real.

Lacan decía que el contacto con la realidad desenmascarada sería tan crudo, tan desgarrador, que no nos permitía seguir mirando, y que por ello el arte era un tamiz que se interponía entre la realidad y nosotros.
El ser humano no puede mirar directamente hacia la realidad, porque es como mirar al sol, quema tus ojos.
El fotógrafo que se detiene a retratar al niño hambriento se deleita con lo sublime, pero porque lo sublime es distancia, es mirar el barco que se hunde desde un acantilado.
La realidad y el dolor descarnados nos dejan sin palabras. Llega un momento en que experimentas tanto, que no puedes expresarlo.

Había un tiempo en que estaba en lo alto del acantilado, y observaba al barco hundirse. Podía experimentar la deliciosa y dulce parálisis del sufrimiento, pararme a saborear la melancolía de la añoranza, o escuchar las canciones más tristes esa noche.

Pero no puedes saborear la realidad. No se puede saborear el horror.
El horror es otro cuerpo que, en su muerte, te abraza y te lleva consigo al fondo del mar.
Pataleé, perdí todo mi aire, y sufrí.

Pero no vine aquí para contarlo.