jueves, 2 de mayo de 2019

Mi Padre


Mi padre nació el 28 de marzo de 1937 en un pueblo perdido de Galicia, en medio de la Guerra Civil. Mi madre me contó que cuando él era un bebé, su madre y sus dos hermanos tuvieron que huir del pueblo. Un hombre había entrado a saquear la casa del pueblo y mi abuela - a quien aún recuerdo como una mujer de carácter, a pesar de que murió cuando yo era muy joven – golpeó al intruso con un palo y fue denunciada por ello. En esos tiempos era inadmisible para una mujer hacer tal cosa, así que mi abuelo Baldomero dijo que había sido él el que había golpeado al hombre, y para evitar repercusiones embarcó hacia Venezuela en un barco lleno de hombres, en una ruta tomada por tantos otros gallegos en esa época.  Con el tiempo, el resto de la familia también emigraría a Venezuela.
Reconstruir la vida de mi padre es difícil debido a su resistencia a hablar sobre su pasado. A pesar de sus numerosas aventuras, creo que él pensaba que cualquier historia que me contase podría considerarse fanfarronear, y creo que para él la vida eran momentos para atesorar, no para presumir. Ya de adulto, viviendo en Venezuela, mi padre conoció a una mujer llamada Olga, que colaboraba con la guerrilla venezolana. Los guerrilleros vivían en las montañas, y mi padre y Olga iban a verles a su escondite, pero Olga fue asesinada. Mi madre recuerda haber encontrado una libreta llena de poemas que mi padre había escrito para Olga, pero de esa libreta, como de ella, nunca se volvió a saber.
Después de la muerte de Olga, mi padre fue a la selva con su guitarra, buscando esmeraldas y diamantes. A veces encontraba suficientes para poder venderlos, y otras veces no encontraba nada y pasaba hambre. Aún conservamos esmeraldas de esa época. La mayoría son tan pequeñas que no se pueden usar para joyería, y las tenemos guardadas y envueltas en una hoja de papel. Cuando era pequeña le pedía todo el rato a mi padre que me enseñase las esmeraldas, y cuando lo hacía sólo me decía que las había encontrado él, pero no me contaba nada más.
Uno de aquellos días en la selva mi padre iba justo de dinero y tenía hambre. La suerte se dio que encontró un grupo de gente dispuesta a compartir su comida con él a cambio de unas canciones de su guitarra. El grupo resultó ser un circo ambulante, y mi padre acabó uniéndose a ellos, trabajando a cambio de comida y techo. Así es como aprendió a tragar fuego, espadas y tubos de neón. Yo le vi una vez tragando fuego, una manera bastante extraña de entretener a tus invitados en una churrascada. Yo tenía sobre 12 años y muchas granas de aprender, pero mi madre se negó en rotundo. Mi padre me hubiese enseñado, pero al menos me dejó con un consejo: cuando tragas fuego, nunca dejes que tus labios toquen el palo de madera o te los quemarás. El lo había aprendido de la peor manera. Cuando tragaba los tubos de neón el peligro era que rompieran, porque el líquido tóxico era una muerte segura, pero debía haber sido impresionante ver las luces apagadas y la luz fluorescente resplandeciendo en el interior de un cuerpo humano. El truco de las espadas era alinear tu garganta y tráquea, para que la espada entrase en una línea recta y no perforase la piel.
Con el tiempo, mi padre dejó el circo y se fue a trabajar en la empresa de recauchutado de mi abuelo en Puerto la Cruz, donde hacían neumáticos -algo relacionado con Good Year, porque mi padre mencionaba esa compañía a menudo. Fue entonces cuando conoció a Manolo, mi padrino, quien trabajaba en la misma empresa. Una noche salieron juntos de fiesta, y conocieron a unas chicas. Aunque mi padrino estaba dudoso, mi padre estaba convencido de que tenían una oportunidad con las chicas. Ya que mi padrino no quería unirse, mi padre se fue con la chica que, por supuesto, resultó ser un transexual. Mi padre y padrino se convirtieron en los mejores amigos, y salían de fiesta cada noche, e iban al trabajo cada mañana. Parece ser que una vez Manolo fue a ver a mi padre a su despacho y le pilló completamente recto, sentado a su mesa, con las gafas de sol, pero durmiendo. Por supuesto todo esto es mucho antes de que yo naciera, pero la relación de mi padre y mi padrino me recuerda a cuando era pequeña y la profesora me preguntó que a qué se dedicaba mi padre, a lo que yo respondí: ‘A beber cervezas con mi padrino’.
Mi padre y Manolo hicieron un pacto de nunca casarse, pero mi padrino acabó conociendo a Flor y casándose. Poco después de la boda, mi padre y padrino salieron de fiesta como solían, pero como Manolo estaba de recién casado, Flor se enfadó tanto de que hubiese salido que no quiso dejarles entrar en la casa, así que tuvieron que encontrar otro sitio donde dormir. De esa época mi madre sólo tiene pinceladas, es mi padrino el que sabe todas las historias que ansío conocer. Ojalá pudiese hablar con él, pero cuando mi padre se puso enfermo Manolo cortó todos los lazos tanto con él como conmigo y mi madre, y nunca vino a vernos. Uno de sus hijos todavía nos llama de vez en cuando, y dice que a mi padrino le duele demasiado el tema, y no quiere ni oír hablar de ello. Así es como les perdí a los dos.
Lo que recuerdo como el mayor amor de la vida de mi padre es el mar. Cuando aún vivía en Venezuela, a mi padre le fascinaban los barcos, y construyó un pequeño velero, que tenía en el salón de su casa. Yo me pregunto si es que el velero era enano o el salón gigante. Hizo un segundo barco que se hundió. Y después compró el Cachín, el barco en el que pasé todas las vacaciones de verano, semana santa e incontables fines de semana y al que quería con todo mi corazón. Con doce metros de eslora, para nosotros era una casa. Desde que tuve edad para entender cosas supe lo mucho que mi padre quería al barco. Él me enseñó que el Cachín sentía el amor y sufría si lo descuidábamos. Cuando mi padre se hacía mayor y ya no podía cuidar del barco como debía, yo le hablaba. Le decía al barco que un día yo cuidaría de él, que aprendería cómo. Pero eso nunca pasó, nunca aprendí porque nunca tuve quién me enseñara cómo. Lo vendió cuando yo tenía veinte, y aún a día de hoy tengo sueños en los que voy a rescatar al Cachín y me lo quedo para mí. A veces sueño que lo veo en la lejanía, pero nunca puedo alcanzarlo.
El Cachín fue comprado en Georgetown, y tiene bandera británica. Sobre esa época, mis abuelos se volvieron a España, y mi tío Ricardo se quedó en Venezuela, y por ese motivo tengo primos y primos segundos y terceros viviendo allá. Mi padre empezó a viajar por el mundo. Pasaba los veranos en Ourense donde vivían mis abuelos, y el resto del año cruzaba el Atlántico. Fue la persona que más veces cruzó el Atlántico en solitario en un velero, creo que 7 veces. Algunas de las escenas de Piratas del Caribe se rodaron en sitios en los que mi padre había estado, como la isla Tortuga, y a mí eso me fascinaba. Me encantaba ver esas películas y pensar que cualquiera de esos actores ni se podían acercar a entender lo que era la vida en el mar como lo entendía mi padre. La luz verde que te lleva a otro mundo en la segunda película existe. No te transporta a ningún lado, pero es un fenómeno que se puede ver durante un segundo a cierta hora y lugar, y que mi padre por supuesto vio.
Mis padres se conocieron a través de Julia, la mejor amiga de mi madre. Ella siempre estaba rodeada de pintores y escultores ourensanos, al igual que mi padre, así que en una ocasión Julia le presentó mi padre a mi madre Elena. Mi padre tenía el Cachín en Baiona ese verano, y pasaba casi todo el tiempo ahí, y mi madre veraneaba en Patos, a 15 minutos en coche. Mi padre insistía en que mi madre le visitase en el barco, y después de mucho pedírselo, mi madre se decidió a ir. Después de estar saliendo todo el verano, mi padre empezó a planificar su marcha para Octubre, e invitó a mi madre a que fuese con él. Mi madre dijo que para ello tendría que dejar el trabajo y además que su familia la mataría si ella, soltera, se fuera con un casi desconocido durante un año. Mi padre contestó calmadamente que eso tenía fácil solución. Podían casarse. Y así lo hicieron.
La luna de miel en el Caribe y un año en el Cachín. Creo que eran más libres antes de que yo llegase, pero fui buscada y llegué una mañana de Mayo. Mi padre siempre me decía que cuando nací yo nacieron todas las flores. Sin embargo, esta es la parte triste de la historia que por lo demás está llena de aventuras. Para mi padre, debió de ser la parte más aburrida, pero a mí me dio el regalo de pasar mi infancia rodeada de artistas y escritores de los que aprendí a valorar la creatividad, despreciar una vida convencional y desear construir para mi misma una vida que mereciese la pena ser vivida.
Sus pasiones eran demasiadas para contarlas. Le gustaba la filosofía y me transmitió la necesidad de la autocrítica y la incesante búsqueda del conocimiento. Me dio a leer La Odisea cuando yo tenía nueve años, e incluso antes de eso me enseñó quienes eran Platón y Aristóteles. ‘Sólo sé que no sé nada’ es algo que yo le decía a veces cuando empezó a ponerse enfermo y tenía episodios violentos, y que normalmente le calmaba.
Él pintaba, y yo empecé a pintar también. Jugaba al ajedrez y me enseñó pero nunca he tenido la paciencia para jugar bien. Me dio mi primera clase de conducir cuando tenía catorce. Era un guitarrista excelente y también me enseñó. En muchas de las cosas que empezó a enseñarme, ni él era consistente con sus lecciones ni yo tenía la suficiente paciencia, excepto por el amor hacía la filosofía y el arte, que me acompaña siempre. Yo siempre le admiré y me esforcé en que me viese. Pero desgraciadamente, él nunca me vio como otra cosa que una niña pequeña que no se merecía consideración, y cuando crecí era demasiado tarde. Siempre me preguntaré si hubiese estado orgulloso de mí hoy.
Lo que me llevo conmigo de su vida son los muchos momentos que pasamos los dos solos. El se inventaba canciones para mí, y se inventaba cuentos para contarme antes de dormir. Me ayudaba con mis proyectos se plástica, y nos peleábamos como locos porque nunca estábamos de acuerdo en nada. Una vez quise dibujar a una mujer a la que le habían quitado su bebé. Mi padre me dijo que en vez de tener las manos extendidas en súplica, debería haberlas dibujado crispadas como garras, dispuesta a matar por su bebé. Recuerdo pensar en aquel momento que era lo más inteligente que había oído jamás. Él tenía mucho carácter y era cabezota. Era un padre de la vieja escuela, por lo que cuando me portaba mal, me pegaba con el cinturón. Él vivía para sí mismo, y no para mi madre o para mi, pero supongo que después de tantos años estando sólo no sabía cómo hacerlo de otro modo.
Tenía Alzhéimer, y todos los recuerdos que nunca me contó se desvanecieron. Fue capaz de tocar la guitarra casi hasta su último año, porque la memoria corporal y no el cerebro guiaba su mano. Al final, él ya no era él, pero luchó hasta el final, violento y cabezota hasta el último momento. Fue en la última semana cuando dejó de rebelarse, y supimos que era el final. Murió el día de su 82 cumpleaños.
Sé que siempre pensaré en sus logros y aventuras como una guía para mi propia vida. Me preocupo demasiado por las reglas, y no soy tan libre como lo era él, pero intento mejorar. No quiero olvidarle nunca, porque todo lo que soy y todo lo que hago se lo debo a él y a mi madre. Aún me pregunto si soy digna de él, si estoy a la altura, pero aunque no estoy segura, sé que me pasaré la vida intentando serlo. Y por eso, él estará conmigo siempre.

1 comentario:

Goar Line dijo...

Un homenaje digno de ti y de tu padre.
Me ha emocionado.