El no silencio de las bibliotecas.
Puedes dejarte caer en el placentero voyeurismo de mirar hacia la mesa vecina, escuchar las conversaciones ajenas, e incluso hacerte amigo de un extraño. Amores extraños de extraños de biblioteca, sustituyen las barras. O los barrotes.
Pero según avanza la noche, el velo de silencio cae.
Y después, la vuelta a casa. Solos y con las manos frías. Aislados, otra vez.
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