Dostoievski nos presenta multitud de temas a tratar en su obra, pues tanto ésta como su autor fueron inspiración de multitud de literatos en generaciones que se extienden más allá de su propio siglo.
La introspección es algo muy claro en esta novela. Toda la obra gira en torno a Raskólnikov; sus pensamientos, sus sueños, sus temores, sus reflexiones. Él es el universo alrededor del cual giran los demás personajes y las acciones. Cuando Raskolnikov se tortura, el lector siente que la atmósfera decae en una mortecina luz, el azul es menos azul, y el sol no brilla resaltando la riqueza del paisaje, sino que lo torna pálido y desvaído. El viaje de Raskólnikov es interior. Del punto de partida, su teoría del superhombre, al punto final, en el que abandona sus teorías y abraza una nueva forma de vivir, no sale de sí mismo. La introspección nos hace conocer muy bien al personaje; su soberbia inicial, que le permite cometer el asesinato por ser “un acto benévolo”, librando al mundo de la usurera, un personaje tan despreciable y que perjudica a los que le rodean. Él, en cambio, es un ser superior, que ha de decidir quien vive y quien muere, y que puede obtener lo que quiera de cualquier persona mientras esto sirva para hacer las grandes cosas a las que está destinado como superhombre. Según tal teoría, al cometer un crimen no debería existir sentimiento de culpabilidad en absoluto, pero al ponerlo en práctica, Rodia se tortura de tal manera que cae enfermo, de modo que los lectores puedan ver como su tortura psicológica se convierte en física. Las personas que le rodean, en general mujeres fieles, sumisas y sacrificadas hasta puntos insospechados, están prácticamente a su servicio, intentando hacer lo posible para que se sienta bien, y siendo en todo momento complacientes; mientras que Rodia se muestra orgulloso y altivo. Su fiel amigo, Razumijin, también vela por él.
Es importante la ambivalencia del personaje. Rodia tiene constantes cambios de humor, a veces es “bueno” a veces es “malo”, es manso unas veces y agresivo otras. Raskolnikov no sólo se debatía ante lo que había hecho, sino que se debatía acerca de su fortaleza. ¿Era él un hombre superior, un hombre fuerte, un líder comparable a Napoleón, o acaso era uno de los débiles, que no merecen ni ser mentados?. Según sus teorías, siendo como él creía un superhombre, no debía arrepentirse de lo que había hecho, sino sentirse pleno por haberse comportado como debía. Por el contrario, Rodia se encontraba mal, enfermaba. El personaje se rebullía interiormente. En un pasaje en concreto, caminando por la calle se encuentra con una joven bebida y tirada en un banco. Su primer instinto (el subconsciente), le incita a ayudarla; busca a un policía y le informa de la presencia de la joven, y llega a darle dinero para que pueda volver a su casa. Acto seguido, se arrepiente, pensando que qué han de importarle a él las desventuras de esa joven (mentalidad de superhombre). Otro ejemplo de ello es que Rodia necesita a su amigo Razumijin, y muy a menudo le trata de malos modos, pidiéndole que se aleje de él a pesar de la necesidad de sus cuidados y de la paz que a menudo consigue transmitirle (de hecho el nombre de Razumijin viene de razum: razón, inteligencia)
A pesar de todo, uno de los rasgos que a mi modo de ver es más interesante es la doble moral que exhibe la obra. Por un lado, tenemos la moral que Raskolnikov sigue, la moral del superhombre, de la cual no necesitamos explicar mucho para poder relacionarla inmediatamente con Nietzsche. Es la moral que le permite matar a la vieja usurera “despreciable”. Siendo una novela psicológica, enseguida nos metemos en la piel de los personajes y el lector se identifica con ellos, pero teniendo una larga tradición de una moral cristiana, corremos el riesgo de ver la autoflagelación del protagonista como su justo castigo “moral”; el sentirse mal, el no poder seguir con el curso de su existencia y las repercusiones físicas que le llevarán a guardar cama, no pudiendo hacer otra cosa. Un lector menos atento será esto lo que interprete.
Sin embargo, debemos fijarnos en las pretensiones del autor. Crimen y castigo no es una novela psicológica por nada. Debemos ver el mundo acorde a como lo ve el protagonista, en cuyo caso la tortura no significaría la ración de justicia del protagonista, sino la demostración de que Rodia no es, en el fondo, ese superhombre que creía, capaz de gestas heroicas y con un gran futuro por delante, precedido e inaugurado por el acto generoso de matar a una usurera perjudicial para aquellos que la rodean, siendo él el único con la suficiente fortaleza y dignidad para hacerlo. Raskólnikov sólo es un pobre estudiante de derecho, hundido en su miseria económica, que no es capaz de hacer esa mínima gesta. Si no puede Napoleón matar a un ser dañino para su sociedad, ¿cómo entonces podría dirigir sus tropas, asumir responsabilidades y ostentar mano firme?. Raskolnikov se siente un cobarde, uno de los débiles. Desde esta perspectiva, nos metemos en la piel del superhombre y vemos al protagonista como un personaje débil e incapaz. Si no lo leemos atentamente, podemos dejarnos llevar por una moral más de tipo kantiano y olvidar al Nietzsche que late en las venas del personaje principal: “Su vergüenza no la provocaban los grilletes ni la cabeza rapada. Le habían herido cruelmente en su orgullo, y era el dolor de esta herida lo que le atormentaba. Qué feliz hubiera sido si hubiese podido hacerse a sí mismo alguna acusación. Qué fácil le habría sido soportar incluso el deshonor y la vergüenza (...) Se sentía humillado al decirse que él, Raskolnikov, estaba perdido para siempre por una ciega disposición del destino”. A Rodia le dolía mucho más sentirse un hombre débil, un hombre incapaz de guiarse por la moral de aquellos hombres superiores. Al ser débil, estaba guiado por el destino, y no por los dictados de su propia voluntad. Rodia llevaba años madurando la opinión de que estar a merced del destino era algo malo, que ser de los débiles era algo malo, pues así sólo sería un instrumento de aquellos hombres que sí supieran guiar sus propios destinos.
Sin embargo, cuando estaba en Siberia como prisionero, después de haber admitido su derrota y haberse entregado a la policía (sin ninguna necesidad, pues ya habían encontrado un falso culpable), y después de pasar un tiempo allí, doliente por su herido orgullo, encontró por fin una esperanza, un nuevo motivo para vivir, y algo que guiara sus esfuerzos; Sonia. El amor fue lo único que consiguió sacar a Rodia de su pozo, y fue entonces cuando pudo dejar atrás sus teorías y sus anteriores pensamientos, y pudo mirar al frente por vez primera. Entonces es cuando ya no le importa estar en la cárcel, y los siete años que quedan de su condena los afronta con optimismo: “Pero aquí empieza otra historia, la de la lenta renovación de un hombre, la de su regeneración progresiva, su paso gradual de un mundo a otro y su conocimiento escalonado de una realidad totalmente ignorada”
La introspección es algo muy claro en esta novela. Toda la obra gira en torno a Raskólnikov; sus pensamientos, sus sueños, sus temores, sus reflexiones. Él es el universo alrededor del cual giran los demás personajes y las acciones. Cuando Raskolnikov se tortura, el lector siente que la atmósfera decae en una mortecina luz, el azul es menos azul, y el sol no brilla resaltando la riqueza del paisaje, sino que lo torna pálido y desvaído. El viaje de Raskólnikov es interior. Del punto de partida, su teoría del superhombre, al punto final, en el que abandona sus teorías y abraza una nueva forma de vivir, no sale de sí mismo. La introspección nos hace conocer muy bien al personaje; su soberbia inicial, que le permite cometer el asesinato por ser “un acto benévolo”, librando al mundo de la usurera, un personaje tan despreciable y que perjudica a los que le rodean. Él, en cambio, es un ser superior, que ha de decidir quien vive y quien muere, y que puede obtener lo que quiera de cualquier persona mientras esto sirva para hacer las grandes cosas a las que está destinado como superhombre. Según tal teoría, al cometer un crimen no debería existir sentimiento de culpabilidad en absoluto, pero al ponerlo en práctica, Rodia se tortura de tal manera que cae enfermo, de modo que los lectores puedan ver como su tortura psicológica se convierte en física. Las personas que le rodean, en general mujeres fieles, sumisas y sacrificadas hasta puntos insospechados, están prácticamente a su servicio, intentando hacer lo posible para que se sienta bien, y siendo en todo momento complacientes; mientras que Rodia se muestra orgulloso y altivo. Su fiel amigo, Razumijin, también vela por él.
Es importante la ambivalencia del personaje. Rodia tiene constantes cambios de humor, a veces es “bueno” a veces es “malo”, es manso unas veces y agresivo otras. Raskolnikov no sólo se debatía ante lo que había hecho, sino que se debatía acerca de su fortaleza. ¿Era él un hombre superior, un hombre fuerte, un líder comparable a Napoleón, o acaso era uno de los débiles, que no merecen ni ser mentados?. Según sus teorías, siendo como él creía un superhombre, no debía arrepentirse de lo que había hecho, sino sentirse pleno por haberse comportado como debía. Por el contrario, Rodia se encontraba mal, enfermaba. El personaje se rebullía interiormente. En un pasaje en concreto, caminando por la calle se encuentra con una joven bebida y tirada en un banco. Su primer instinto (el subconsciente), le incita a ayudarla; busca a un policía y le informa de la presencia de la joven, y llega a darle dinero para que pueda volver a su casa. Acto seguido, se arrepiente, pensando que qué han de importarle a él las desventuras de esa joven (mentalidad de superhombre). Otro ejemplo de ello es que Rodia necesita a su amigo Razumijin, y muy a menudo le trata de malos modos, pidiéndole que se aleje de él a pesar de la necesidad de sus cuidados y de la paz que a menudo consigue transmitirle (de hecho el nombre de Razumijin viene de razum: razón, inteligencia)
A pesar de todo, uno de los rasgos que a mi modo de ver es más interesante es la doble moral que exhibe la obra. Por un lado, tenemos la moral que Raskolnikov sigue, la moral del superhombre, de la cual no necesitamos explicar mucho para poder relacionarla inmediatamente con Nietzsche. Es la moral que le permite matar a la vieja usurera “despreciable”. Siendo una novela psicológica, enseguida nos metemos en la piel de los personajes y el lector se identifica con ellos, pero teniendo una larga tradición de una moral cristiana, corremos el riesgo de ver la autoflagelación del protagonista como su justo castigo “moral”; el sentirse mal, el no poder seguir con el curso de su existencia y las repercusiones físicas que le llevarán a guardar cama, no pudiendo hacer otra cosa. Un lector menos atento será esto lo que interprete.
Sin embargo, debemos fijarnos en las pretensiones del autor. Crimen y castigo no es una novela psicológica por nada. Debemos ver el mundo acorde a como lo ve el protagonista, en cuyo caso la tortura no significaría la ración de justicia del protagonista, sino la demostración de que Rodia no es, en el fondo, ese superhombre que creía, capaz de gestas heroicas y con un gran futuro por delante, precedido e inaugurado por el acto generoso de matar a una usurera perjudicial para aquellos que la rodean, siendo él el único con la suficiente fortaleza y dignidad para hacerlo. Raskólnikov sólo es un pobre estudiante de derecho, hundido en su miseria económica, que no es capaz de hacer esa mínima gesta. Si no puede Napoleón matar a un ser dañino para su sociedad, ¿cómo entonces podría dirigir sus tropas, asumir responsabilidades y ostentar mano firme?. Raskolnikov se siente un cobarde, uno de los débiles. Desde esta perspectiva, nos metemos en la piel del superhombre y vemos al protagonista como un personaje débil e incapaz. Si no lo leemos atentamente, podemos dejarnos llevar por una moral más de tipo kantiano y olvidar al Nietzsche que late en las venas del personaje principal: “Su vergüenza no la provocaban los grilletes ni la cabeza rapada. Le habían herido cruelmente en su orgullo, y era el dolor de esta herida lo que le atormentaba. Qué feliz hubiera sido si hubiese podido hacerse a sí mismo alguna acusación. Qué fácil le habría sido soportar incluso el deshonor y la vergüenza (...) Se sentía humillado al decirse que él, Raskolnikov, estaba perdido para siempre por una ciega disposición del destino”. A Rodia le dolía mucho más sentirse un hombre débil, un hombre incapaz de guiarse por la moral de aquellos hombres superiores. Al ser débil, estaba guiado por el destino, y no por los dictados de su propia voluntad. Rodia llevaba años madurando la opinión de que estar a merced del destino era algo malo, que ser de los débiles era algo malo, pues así sólo sería un instrumento de aquellos hombres que sí supieran guiar sus propios destinos.
Sin embargo, cuando estaba en Siberia como prisionero, después de haber admitido su derrota y haberse entregado a la policía (sin ninguna necesidad, pues ya habían encontrado un falso culpable), y después de pasar un tiempo allí, doliente por su herido orgullo, encontró por fin una esperanza, un nuevo motivo para vivir, y algo que guiara sus esfuerzos; Sonia. El amor fue lo único que consiguió sacar a Rodia de su pozo, y fue entonces cuando pudo dejar atrás sus teorías y sus anteriores pensamientos, y pudo mirar al frente por vez primera. Entonces es cuando ya no le importa estar en la cárcel, y los siete años que quedan de su condena los afronta con optimismo: “Pero aquí empieza otra historia, la de la lenta renovación de un hombre, la de su regeneración progresiva, su paso gradual de un mundo a otro y su conocimiento escalonado de una realidad totalmente ignorada”